Hueso plano
La osificación se inicia con la formación de capas de tejido conectivo indiferenciado que sostienen la zona donde va a venir el hueso plano. En un bebé, esos puntos se conocen como fontanelas. Las fontanelas contienen células madre de tejido conectivo, que se convierten en osteoblastos, que segregan fosfato de calcio en una matriz de canales. Forman un anillo entre las membranas y comienzan a expandirse hacia el exterior. A medida que se expanden forman una matriz ósea.
Esta matriz endurecida forma el cuerpo del hueso. Dado que los huesos planos suelen ser más delgados que los huesos largos, sólo tienen médula ósea roja, en lugar de médula ósea roja y amarilla (la médula ósea amarilla está formada principalmente por grasa). La médula ósea rellena el espacio del anillo de osteoblastos y acaba llenando la matriz ósea.
Una vez que el hueso está completamente osificado, los osteoblastos retraen sus zarcillos secretores de fosfato de calcio, dejando pequeños canales en la matriz ósea, conocidos como canalículos. Estos canalículos proporcionan los nutrientes necesarios para los osteoblastos recién transformados, que ahora se denominan osteocitos. Estas células son las responsables del mantenimiento general del hueso.
Un tercer tipo de célula ósea que se encuentra en los huesos planos es el llamado osteoclasto, que destruye el hueso mediante enzimas. Los osteoclastos se utilizan normalmente por tres razones: la primera es para la reparación de los huesos tras una rotura. Destruyen las secciones de hueso que sobresalen o dificultan la reforma. También se utilizan para obtener el calcio necesario que los osteoclastos utilizan es para crecer. A medida que el hueso crece, su forma cambia. Los osteoclastos disuelven la parte del hueso que debe cambiar.