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UNA LUCHA POR EL DIAGNÓSTICO

El 10 de septiembre de 2013 estaba tumbado en la camilla de una sala de anestesia, petrificado ante la idea de someterme a una intervención quirúrgica, pero también entusiasmado por lo que se esperaba conseguir con la operación. Ese mismo año había estado en la misma sala como estudiante de tercer año de medicina, observando la inducción anestésica de una paciente que iba a someterse a un procedimiento llamado vestibulectomía de Fenton. La ginecóloga le explicó que el procedimiento era para un tipo específico de dispareunia llamado vestibulitis. Lo diagnosticó por el alivio del dolor tras la aplicación de una crema anestésica local alrededor del introito. En ese momento mi mente se aceleró; yo había estado experimentando una dispareunia superficial que se aliviaba con el uso de un gel anestésico local. ¿Podría ser que yo también tuviera vestibulitis?

Mis primeros síntomas comenzaron en 2008 cuando desarrollé un cambio en mi flujo vaginal normal junto con un dolor intensamente agudo en la entrada de mi vagina cada vez que tenía relaciones sexuales. En ese momento no había empezado a estudiar medicina y me sentía demasiado avergonzada para buscar ayuda. Sólo cuando empecé a tener hemorragias postcoitales unos meses más tarde, acudí a mi médico de cabecera. Me diagnosticaron candidiasis vaginal y, aunque el tratamiento me libró de la infección, los síntomas persistieron.

Durante los siguientes 4 años me sentí cada vez más angustiada al ver sólo una mínima mejora tras innumerables tratamientos adicionales para la candidiasis, antibióticos, cremas con esteroides, medicamentos antivirales, cremas hidratantes vaginales y otros lubricantes personales. También me trataron con criocauterización para un ectropión cervical que se pensaba que estaba exacerbando mis síntomas. Al final, el único tratamiento médico que me ayudó significativamente fue el gel de lidocaína, pero era muy desagradable de usar y seguía sin tener un diagnóstico. Después de mi sesión en el quirófano pedí a mi médico que me remitiera a un ginecólogo consultor que, para mi inmenso alivio, confirmó que efectivamente tenía vestibulitis.

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