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Meditaciones de René Descartes

En 1641 Descartes publicó las Meditaciones sobre la filosofía primera, en las que se demuestra la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. La obra, escrita en latín y dedicada a los profesores jesuitas de la Sorbona de París, incluye las respuestas críticas de varios pensadores eminentes -recogidas por Mersenne del filósofo y teólogo jansenista Antoine Arnauld (1612-94), del filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) y del atomista epicúreo Pierre Gassendi (1592-1655)-, así como las respuestas de Descartes. La segunda edición (1642) incluye una respuesta del sacerdote jesuita Pierre Bourdin (1595-1653), de quien Descartes dijo que era un tonto. Estas objeciones y respuestas constituyen un hito de la discusión cooperativa en la filosofía y la ciencia en una época en la que el dogmatismo era la norma.

Las Meditaciones se caracterizan por el uso que hace Descartes de la duda metódica, un procedimiento sistemático para rechazar como falsas todas las clases de creencias en las que uno se ha engañado o podría engañarse. Sus argumentos derivan del escepticismo del filósofo griego Sexto Empírico (florecido en el siglo III d.C.), reflejado en la obra del ensayista Michel de Montaigne (1533-92) y del teólogo católico Pierre Charron (1541-1603). Así, se deja de lado el aparente conocimiento de Descartes basado en la autoridad, porque incluso los expertos se equivocan a veces. Sus creencias a partir de la experiencia sensorial se declaran poco fiables, porque dicha experiencia es a veces engañosa, como cuando una torre cuadrada parece redonda desde la distancia. Incluso sus creencias sobre los objetos de su entorno inmediato pueden ser erróneas, porque, como señala, a menudo tiene sueños sobre objetos que no existen, y no tiene forma de saber con certeza si está soñando o despierto. Por último, su aparente conocimiento de las verdades simples y generales del razonamiento que no dependen de la experiencia sensorial -como «2 + 3 = 5» o «un cuadrado tiene cuatro lados»- tampoco es fiable, porque Dios podría haberlo hecho de tal manera que, por ejemplo, se equivoca cada vez que cuenta. Como una forma de resumir la duda universal en la que ha caído, Descartes supone que un «genio maligno de la mayor potencia y astucia ha empleado todas sus energías para engañarme»

Aunque en esta etapa no hay aparentemente ninguna creencia sobre la que no pueda albergar dudas, Descartes encuentra la certeza en la intuición de que, cuando está pensando -aunque esté siendo engañado- debe existir. En el Discurso, Descartes expresa esta intuición en el dictum «Pienso, luego existo»; pero como «luego» sugiere que la intuición es un argumento -aunque no lo es- en las Meditaciones dice simplemente «Pienso, existo» («Cogito, sum»). El cogito es una verdad lógicamente autoevidente que también da un conocimiento intuitivamente cierto de la existencia de una cosa particular -es decir, de uno mismo-. Sin embargo, justifica que sólo se acepte como cierta la existencia de la persona que lo piensa. Si todo lo que se sabe con certeza es que uno existe, y si uno se adhiere al método de Descartes de dudar de todo lo que es incierto, entonces uno se vería reducido al solipsismo, la opinión de que nada existe excepto uno mismo y sus pensamientos. Para escapar del solipsismo, Descartes argumenta que todas las ideas que son tan «claras y distintas» como el cogito deben ser verdaderas, ya que, si no lo fueran, el cogito también, como miembro de la clase de ideas claras y distintas, podría ser puesto en duda. Puesto que «pienso, soy» no puede dudarse, todas las ideas claras y distintas deben ser verdaderas.

Sobre la base de las ideas claras y distintas innatas, Descartes establece entonces que cada mente es una sustancia mental y cada cuerpo una parte de una sustancia material. La mente o el alma es inmortal, porque no se extiende y no puede dividirse en partes, como los cuerpos extendidos. Descartes también propone al menos dos pruebas de la existencia de Dios. La última prueba, presentada en la Quinta Meditación, comienza con la proposición de que Descartes tiene una idea innata de Dios como un ser perfecto. Concluye que Dios existe necesariamente, porque, si no existiera, no sería perfecto. Este argumento ontológico sobre la existencia de Dios, introducido por el lógico inglés medieval San Anselmo de Canterbury (1033/34-1109), es el núcleo del racionalismo de Descartes, pues establece un conocimiento cierto sobre una cosa existente únicamente sobre la base de un razonamiento a partir de ideas innatas, sin ayuda de la experiencia sensorial. Por otra parte, Descartes sostiene que, dado que Dios es perfecto, no engaña a los seres humanos y, por tanto, dado que Dios hace creer a los seres humanos que el mundo material existe, éste existe. De este modo, Descartes pretende establecer fundamentos metafísicos para la existencia de su propia mente, de Dios y del mundo material.

La circularidad inherente al razonamiento de Descartes fue expuesta por Arnauld, cuya objeción ha llegado a conocerse como el Círculo Cartesiano. Según Descartes, la existencia de Dios se establece por el hecho de que Descartes tiene una idea clara y distinta de Dios; pero la verdad de las ideas claras y distintas de Descartes está garantizada por el hecho de que Dios existe y no es un engañador. Así, para demostrar que Dios existe, Descartes debe suponer que Dios existe.

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