¿Qué se siente al estar embarazada?
La NUEVA MAMÁ explora las brillantes, terribles, maravillosas y confusas realidades de la maternidad primeriza. Es para cualquiera que quiera ser madre primeriza, sea madre primeriza, haya sido madre primeriza o quiera tener buenas razones para no ser nunca madre primeriza. Para empezar, preguntamos a cinco escritoras qué se siente al estar embarazada. La primera respuesta, de la novelista Lydia Kiesling, está a continuación. Vuelve a ver una nueva cada miércoles de este mes.
A veces, estar embarazada era como tener una piedra en el zapato, donde el feto era la piedra y yo el zapato. A veces, estar embarazada se sentía como estar con una nueva amiga en una acogedora casa de campo, donde yo estaba tanto dentro de la casa de campo como, de alguna manera, la propia casa de campo. A veces me sentía tan cansada y tan estúpida y tan enferma que me parecía extraordinariamente injusto que las mujeres se hubieran inscrito en este programa.
Me sentía abrahámica; me sentía como Eva y María, pero en realidad más como Job, o Jesús en Getsemaní (sólo que más apenado por mí mismo). A veces sentía que si mi marido moría ese día al menos seguiría teniendo a su bebé, y que sería un regalo de Dios, y a veces sentía que si él moría tendría que abortar y sólo esperaba que el momento fuera oportuno. Tengo miedo a volar y cuando volaba sentía que el feto golpeaba de forma amistosa desde dentro, dándome palmaditas como si fuera un caballo asustado y fuera el novio. Sentía que tenía el compañero de viaje más agradable, pequeño y encantador que se pueda imaginar, como si todos los demás pudieran irse a la mierda para siempre.
A veces me sentía enormemente hermosa, como la mismísima Venus surgiendo del mar, y a veces me sentía simplemente enorme, y vieja y débil y sin aliento, y cuando me veía en un espejo lloraba. Con mi segundo bebé sentí que mi suelo pélvico se arrastraba como un ama de casa desmoralizada. En un momento dado sentí que mi músculo intestinal se rendía, como si se hubiera tumbado en el sofá con una bata de casa estampada. Pero a pesar de ello, a veces me sentía tan lujuriosa que me avergonzaba de mí misma; me sentía como Madame Bovary, o como alguien en una película porno. Pero, sobre todo, me sentía como si nunca fuera a permitir que un hombre me tocara de nuevo.
¿Qué más? Me sentí hambrienta. Quiero decir, asistir a Burger King tres veces en una semana con hambre. Me refiero a comprar un panecillo con queso crema y luego ir a comprar un segundo y comerlo de pie. Sentía que si no cenaba tortitas el feto se arrugaba y moría. A veces sentía muchos crujidos, rechinidos y tirones, como si fuera un viejo barco ballenero. Pero también me sentía como la ballena, porque las ballenas están llenas de leche y aceite y siguen a la luna y cantan a sus dulces crías en el agua oscura. Me sentí como un milagro. Me sentí como una ciudad en construcción. Lo odiaba gran parte del tiempo, pero es tan duro pensar que quizá nunca vuelva a sentirme así.
La novela de Lydia Kiesling, The Golden State, será publicada en septiembre por MCD/FSG.